Astronomía y Semana Santa



La fecha en la que debe de celebrase la Pascua de Resurrección fue decretada durante el concilio de Nicea (año 325).
Al respecto, existe una epístola dirigida a la Iglesia de Alejandría en la que se afirma lo siguiente: “También os enviamos las buenas nuevas del arreglo concerniente a la Santa Pascua, es decir, que en respuesta a vuestras oraciones esta pregunta también ha sido resuelta. Todos los hermanos del Oriente que han seguido hasta ahora la práctica judía observarán desde ahora la costumbre de los romanos y de vosotros mismos y de todos  los que desde la antigüedad hemos celebrado la Pascua con vosotros”. (Fuente: Wikipedia)

Pero ¿En qué consistía el acuerdo alcanzado en el concilio de Nicea? El acuerdo consistió en declarar que la celebración de la Pascua de Resurrección debía ser el domingo posterior al primer plenilunio (luna llena) ocurrido tras el equinoccio de primavera (es decir, el domingo posterior a la primera luna llena de la primavera).

Pues bien, determinar cuándo ocurre el equinoccio de primavera no es algo sencillo. En realidad, la complicación mayor consiste en mantener el equinoccio de primavera en las mismas fechas en el calendario civil (el calendario que utilizamos a diario).
¿Por qué viene esta complicación? Pues viene por dos motivos:
  1. En astronomía existen varias formas de medir la duración del año. La que utilizamos aquí es la definición de año trópico. Un año trópico es el tiempo que emplea el Sol en dar una vuelta alrededor de la eclíptica (línea que desde la Tierra parece recorrer el Sol a lo largo del año). Dicho de otra forma, es el tiempo transcurrido entre dos pasos consecutivos del Sol por el equinoccio medio (es decir, de primavera a primavera, por ejemplo). Pues bien, el año no tiene un número entero de días (dura 365 días y aproximadamente 6 horas). El hecho de que no sean 6 horas exactas, sino unos minutos menos, complica los cálculos, como veremos.
  2. El año lo dividimos en meses. Los meses intentan estar ajustados a las fases de la Luna. Así, si tomamos el mes lunar como el tiempo que emplea la Luna en pasar por sus cuatro fases, nos sale un mes de 29 días y medio.
Así, intentar ajustar los meses a la duración de las fases de la Luna y los años al movimiento aparente del Sol es un problema que los sucesivos calendarios trataron de resolver.

Desde los tiempos del Imperio Romano hasta el siglo XVI estuvo vigente el calendario juliano. Este consistía en años con una duración de 365 días pero añadiendo un día más cada 4 años (año bisiesto). Así, el año duraba, de media, 365´25 días (ese 0´25 era el que, tras 4 años daba lugar a un día más).

Sin embargo, como dijimos antes, el año dura unos minutos menos de esos 365´25 días. Con el paso de los siglos el desfase se hace evidente.
Así, a finales del siglo XV, el equinoccio de primavera (que marca el inicio de la primavera) no ocurría el 21 de marzo, tal como sí lo hacía en el siglo IV cuando se celebró el Concilio de Nicea. Por el contario, el equinoccio de primavera se había adelantado unos 10 días, hasta el 11 de marzo.
Se hacía evidente así que, para mantener el comienzo de la primavera en las mismas fechas con el paso de los años, había que ajustar el calendario. Y este ajuste fue aprobado por el papa Gregorio XIII mediante la bula Inter Gravissimas.  

El calendario surgido de esta reforma, y que es el que tenemos en la actualidad, fue denominado calendario gregoriano. La diferencia con el calendario juliano consiste en la modificación de los años bisiestos. En este calendario el año bisiesto será aquel que sea múltiplo de 4, con excepción de los años seculares. Para los años seculares, será bisiesto el año secular que sea múltiplo de 400. Un año secular es aquel que termina en 00. Así por ejemplo, el año 2100 no será bisiesto (aunque sí lo será 2096) por no ser múltiplo de 400.

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